Hoy en día, la Tecnología, la Globalización y el
incremento de la competitividad de una competencia cada vez mayor reafirma el
viejo dicho de Albert Einstein “La única constante en el universo, es el
cambio”.
Cambios que cada vez son más y más rápidos, de forma
que si antes se decía que el pez grande se comía al pequeño, ahora resulta que
es el pez más rápido quien se come al más lento.
Punto de
partida: Necesidad de cambio.- Todo el
cambio tiene un origen, un hecho que motiva el impulso de cambio. Este cambio
puede venir dado como una reacción a una situación detectada a mejorar, de una
acción para corregir una deficiencia; o bien formar parte de un proceso
proactivo de mejora continua que pretenda optimizar el status quo. Para poder gestionar y hacer posible el cambio hay que
partir de la necesidad que lo origina, pues ésta condicionará el devenir de las
etapas críticas que conforman la gestión de un cambio, que son las siguientes:
A. FASE
ESTRATÉGICA (¿Qué y por qué?)
1 Visión.- Una vez
conocemos el origen de la necesidad de cambio, debemos concretar el por qué del
cambio para evitar uno de los efectos más dañinos en el medio y largo plazo de
una organización: el del cambio por el cambio. Debemos enunciarlo de forma
breve y clara, a modo de titular. Siempre he defendido que lo que no eres capaz
de explicar en una frase no podrás hacerlo en mil folios. Debemos ser capaces
de visualizar a futuro la mejora derivada del cambio a implantar.
2. Diagnóstico.- Evaluación
inicial de la situación antes de iniciar el cambio, focalizada en analizar debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades (DAFO) del cambio. Hay que
identificar los focos de resistencia, así como palancas de cambio en el
apartado de amenazas y oportunidades, respectivamente. Resulta crucial invertir
suficiente tiempo en sentar las bases de un buen análisis, porque serán los
pilares sobre las que vamos a edificar el cambio en la organización. El dicho
popular reza “el buen carpintero mide dos veces, corta una”.
B. FASE TÁCTICA
(¿Cómo, cuándo, dónde, quién?)
3. Diseño.- Sobre la base
del tipo de necesidad de cambio y partiendo de la visión, el diagnóstico
realizado ha de orientarnos en la definición de las líneas maestras de
actuación que sustentarán la fase operativa. Aquí se trata de establecer los
pilares básicos, las áreas generales de actuación en las que vamos a
focalizarnos para convertir la visión, como elemento filosófico intangible, en
un cambio tangible, efectivo y sostenible. Sobre estos ejes clave pivotarán las
acciones concretas que configurarán la parte de implementación operativa que
analizaremos en el punto siguiente; de ahí su importancia, pues marcan el rumbo
a seguir, de forma que si el rumbo es equivocado en el momento de partida, lo
peor que podrá pasarnos es ser eficientes en el trayecto, pues comportará
llegar antes a un lugar equivocado.
En esta fase es crucial visualizar en todo momento
el objetivo y preguntarnos en cada decisión si ésta nos acerca o nos aleja del
objetivo marcado.
Todo diseño, toda presentación de cambio, llegados a
este punto, debe incluir la compilación ejecutiva de todo lo anterior como
prólogo al enunciado de las grandes líneas maestras y acciones operativas a
desplegar en un calendario de compromisos, listado de entregables y tiempos en
el que se describa con la máxima precisión roles y responsabilidades de los
diferentes agentes de cambio designados.
Así pues, un buen diseño debe partir de la visión y
desplegar los ejes estratégicos (pilares tácticos) mediante acciones operativas
estipuladas de manera ambiciosa, pero realista. El diseño debe ser un reflejo
de optimización de tiempos y métodos en el que se minimicen las zonas grises.
En un estado ideal de cosas, debemos procurar que todo esté cuidadosamente
contemplado.
Dentro de la parte de operativa, el diseño deberá
contemplar una fase test inicial, es decir, una fase de recogida de datos a
considerar como “línea base” contra lo que comparar los resultados del cambio a
posteriori para poder constatar el impacto del cambio, también (que no
únicamente), de manera objetiva. También deberá incluir una de retest al final
(y otras, si cabe, a nivel de seguimiento). Hay mucho debate sobre la afirmación “no
puedes mejorar lo que no puedes medir” pero no es menos cierto que si dispones
de la capacidad de medir antes y después del cambio, todo resulta menos
complejo (tanto a nivel de mesura de la eficacia e impacto del cambio, como a
nivel de venta interna que motive a los equipos a generar nuevas mejoras al
poder comprobarse fehacientemente el valor real del cambio).
Todas las acciones previstas deben poder responder a
cómo contribuyen a la consecución del objetivo, evitando así acciones
superfluas. No se trata de realizar muchas acciones, al revés, se trata de
transformar la organización con el mínimo número de pasos posibles. Esto sólo
es posible si primamos la efectividad al efectismo.
Tampoco se trata de realizar grandes acciones, sino
de realizar pequeños cambios realistas y conseguibles que, juntos, supongan el
cambio deseado. No nos planteemos grandes acciones a todo o nada, sino un
conjunto de pequeños éxitos que nos vayan motivando en la construcción del gran
cambio perseguido. El planteamiento deberá incluir pequeños hitos conseguibles
durante el camino.
Otro aspecto crucial en el diseño será incluir un
plan de comunicación (y formación, si cupiera) con el objetivo de involucrar a
las personas (identificadas de antemano) y que van a ser motores de cambio. Sin
in/formación no hay involucración y, sin ésta, no hay cambio posible. Insisto,
el propósito de la comunicación no es trasladar información (que también), sino
hacer partícipes, ganar adeptos, convencer y sumar esfuerzos en una sola
dirección, la del cambio necesario. Es importante trasladar esa necesidad por
alcanzar el objetivo que nos lleve a una posición mejor y generar el sentir de
contribución clave en cada una de las personas que vayan a tener un rol activo
en el cambio. No hace falta extendernos en el perfil del agente de cambio ni en
las necesarias cualidades que deben serle exigidas a nivel de comunicación y
persuasión como parte inherente de ese liderazgo.
Una vez nuestro diseño está completo, hay que
convertirlo en el diseño de la compañía a través de la obtención de la
aprobación y respaldo de la dirección, sin lo cual es un proyecto inexistente.
El proceso ha de estar indefectiblemente esponsorizado por la dirección y para
ello ésta debe “comprar” mi producto para que sea nuestro producto. El
marketing interno será un aspecto importante a cuidar en la presentación de un
proyecto de cambio.
Y ahí es donde entra un concepto muy importante para
entender el mundo empresarial japonés del que me reconozco admirador: Nemawashi.
Define la manera en qué se toman decisiones que implican cambios en una
empresa. Etimológicamente significa “revolver las raíces” (cavar alrededor de
las raíces) y se utilizaba en el antiguo campesinado como parte del proceso de
trasplante de un árbol. Actualmente Nemawashi implica llevar a cabo un proceso
de consulta previo con las personas clave antes de proponerles un cambio, con
el objetivo de eliminar discrepancias, anticipar y suavizar resistencias, así
como buscar el máximo consenso a la hora de presentarlo.
C. FASE
OPERATIVA.
4.
Implementación.
La regla universal en la ejecución de todo lo
planificado es clara: cumple con lo prometido, tal y como estaba comprometido.
Y hazlo simple, hazlo bien. No solamente todo lo anterior no sirve para
absolutamente nada, sino que además puede suponer la losa del descrédito, si no
se ejecuta bien.
En Recursos Humanos hay grandes estrategas, pero muy
pocos implementadores. El otro día un amigo mío compartía conmigo una frase
genial: “dentro una empresa, te das cuenta que asciendes, realmente, cuando
pasas del Excel al PowerPoint…”. Y es que, desvirtuando un poco este dicho, en
mi carrera profesional me he topado con grandes magos del PowerPoint, pero con
pocos currantes del Excel (o incluso a tipos que han llegado al PowerPoint sin
pasar por el Excel!).
Si la fase de diseño fuera opulencia, la de
implementación sería austeridad. Si la fase estratégica exige innovación, la de
implementación exige perseverancia. Sin firmeza en el cumplimiento de lo
razonablemente pactado el diseño se transforma en un proyecto zombi, condenado
a vagar hasta verse devorado por la fuerza del día a día.
En esta fase resulta muy conveniente atender a
indicadores de seguimiento en el cumplimiento de acciones y calendario, porque
permite anticiparnos a cambios y también porque supone un elemento de
motivación adicional conforme avanzamos en el porcentaje de consecución. Nos
permite adueñarnos mejor del estado de situación a cada momento.
Un buen diseño nos hará famosos a corto plazo, pero
lo que nos hará memorables a largo plazo es una buena implementación.
Y recordad: involucrad, involucrad, involucrad.
5. Seguimiento.
Una vez finalizada la última de acciones es hora de
hacer balance y comprobar el impacto del cambio en una fase retest (que debe
estar incluida en el diseño), comparando los resultados con los de la “línea
base” establecidos en su momento. Es hora, más que nunca, de no abandonar el
cambio efectuado para que el cambio no nos abandone a nosotros, lo que quiere
decir que el seguimiento, control y evaluación para poder detectar cualquier
desviación que nos genere la necesidad de anticipar cualquier corrección será
decisivo para la sostenibilidad del cambio.
La gran mayoría de cambios adolecen de
sostenibilidad a medio/largo plazo debido a la falta de seguimiento y
constancia en algo que se evita, que muchas veces no apetece porque tiene poco glamour: el seguimiento en la
manutención del cambio hasta que éste se interioriza por parte de la plantilla.
Es más fácil conseguir el cambio que convertirlo en parte del paisaje.
No olvidemos que la fuerza impone cambios, pero sólo
la voluntad los ancla a la cultura de una compañía.
Así que mucho ánimo y que podáis acompañar a los
cambios para evitar que sea el cambio quien os acompañe!
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