No escuchamos, ¿me oyes?. Como mucho hacemos que nos oímos, pero no escuchamos. Eso sí, queremos ser escuchados para ser comprendidos, pero ni nosotros escuchamos. Estamos perdiendo el hábito.Las conversaciones ya no son, en muchos casos, más que monólogos cruzados.
Y este es uno (otro) de los retos poco glamourosos que tienen las organizaciones actuales, muchas veces sin saberlo. Es un mal estructural, endémico. Tal es la falta de costumbre que cuando intentamos escuchar y respetar los tiempos en una conversación, en ocasiones, lo que ocurre es que los solapes suceden a los silencios...
La escucha activa hoy ya se vende como una competencia a destacar, supongo que por la consciencia de su escasez. Hoy no existe una voluntad real de escucha porque hace ya tiempo que el egoísmo se la comió enterita.
Cuando hay escucha, hay voluntad de cooperación (no de competición), hay apertura y no hay resistencia, hay posibilidad de cambio. Hay una oportunidad.
La falta de escucha genera grandes pérdidas de recursos (tiempo, dinero, etc.) que no aparecen en los análisis por ser uno de los grandes asesinos silenciosos en una compañía.
La falta de escucha se ampara muchas veces en el prejuício y muchas otras en la arrogancia de quien cree hacerlo todo bien y a nadie necesitar, de esos que acaban siendo, en definitiva, lacayos de este depredador que resulta ser la sordera organizacional.
Así pues, junto con la miopía estratégica y el astigmatismo social (dejádme que ésto lo deje para otro día), la sordera se configura como una de las minusvalías más invalidantes para las compañías de hoy, máxime cuando hoy en día, en plena cultura del 2.0, todo el mundo tiene ya la posibilidad de emitir su opinión. Hoy, más que nunca, hace falta saber escuchar, querer escuchar.
Los expertos aseguran que, de seguir así, en las próximas generaciones las orejas ya no vendrán "de serie". Es más, ya se están viendo las primeras orejas a subasta en Ebay...
...será por falta de uso.
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