Que en una compañía se nombre mucho al director/a de Personas no es la mejor señal del mundo. Y digo que no es muy halagüeño porque o bien hay lío y el/la director/a de personas es una vedette o bien no lo hay y quiere crearlo para serlo. Los pirómanos vestidos de bombero existen.
También puede ser que arrastre el complejo de inferioridad que Recursos Humanos ha tenido durante mucho tiempo. Llamémosle la Cenicienta del Comité de Dirección. Complejo en muchos casos bien ganado por incapacidad de demostrar la contribución real que la gestión de personas tiene en la Cuenta de Resultados. Y en todo complejo de inferioridad, siempre existe ejercicio de sobrecompensación con manifestaciones de visibilidad mal entendida. Ahí es donde encajan los ejercicios de postureo y necesidad de imponer decisiones porque sí de muchos directores de recursos humanos.
Un/a director/a de personas, si hace bien su trabajo, es invisible. Un elemento más del paisaje. Debe encargarse de allanar el camino para que los pura sangre del negocio corran. Debe ser un facilitador; un mediador; un inspirador; un entrenador; un factor de crecimiento; un guía; un maestro. Jamás el anfitrión. Un buen director de personas tiene que ser como un buen árbitro de fútbol: nadie sabe cómo se llama. Y es que los buenos árbitros no tienen nombre. Los buenos directores de personas, tampoco deberían.
No es tiempo de figurar, es tiempo de desfigurarse. No es tiempo de acaparar el balón, es tiempo de contemplarlo desde la banda. No es tiempo de solucionar lo que para ti no son problemas; es tiempo de dejar que tu equipo los solvente y crezca, porque aceptar marrones y solventarlos es crecer. Y lo mejor que puedes hacer es cambiarle a tu equipo la piscina Toy por alguna excursión de rafting. Es tiempo de hacer feliz, haciendo feliz. Es tiempo del "salid y disfrutad".
Asúmelo, ya no es tu momento, es el momento de tu equipo. Desaparece del mapa y pervivirás en sus recuerdos. Porque no hay marca más bonita ni más potente para un buen director de personas, que la marca de una invisibilidad bien merecida.
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