Día de locos en la fábrica. Otro más. Con la sensación de
haber hecho girar más rápido que nunca “la rueda del hámster”, era mediodía y
aún quería cerrar algunos urgentes durante la hora de la comida. Ventajas de
comer todos juntos en la cantina: en la hora del café, me acerco a este y al
otro y lo dejo cerrado. Bien. Y así fue. Y así me pareció que había aprovechado
mi tiempo. Recursos Humanos había cumplido a tiempo…
Una hora más tarde, lo recuerdo como si fuera hoy, tocan
a la puerta de mi despacho en la primera planta del edificio “de oficinas”. Era
mi querida Marifé, compañera y amiga que en aquel momento tenía en mi equipo.
Sonreí al verla y mientras entraba me pidió si podíamos hablar durante unos
minutos:
- ¿Va todo bien?, me
preguntó.
- Claro, Marifé; ¿por qué me lo preguntas?
- Es que hay varias personas de fábrica que me han
preguntado si iba a pasar alguna cosa en los próximos días. Les he notado
preocupados, así que he querido comentártelo.
- Pues no acierto a comprender el porqué.
- Me han dicho que durante la hora de la comida te han
visto muy serio, corriendo a hablar con Juan y con Teresa durante la hora del
café. Me han dicho que no es habitual en ti y que, como parecías preocupado, eso era señal que algo iba a pasar.
- ¿En serio?
- Sí. ¿No te has dado cuenta?.
- Pues no, la verdad. No tengo la sensación de haber estado
serio.
- Pues sí que lo parecías. De hecho yo también me he fijado
y puedo entender los comentarios. ¿Va todo bien?
- Claro, claro. Era solamente que he tenido una serie de
cosas urgentes que hacer en muy poco tiempo y no estaba seguro de poder llegar
a todo. Nada más.
Y en ese momento, desde el cariño, Marifé pronunció unas
palabras que se grabarían en mi cerebro y supondrían un poderosísimo
aprendizaje desde ese momento:
“Oscar, tienes que ir con cuidado con cómo te comportas.
Tú eres Recursos Humanos de la fábrica. La gente te observa y está pendiente de
lo que haces y dices. No tienen la información con la que tú trabajas y, por
tanto, te interpretan continuamente”.
Y siguió, para concluir:
“Debes darte cuenta que tu puesto va más allá que tú
mismo y de cómo te sientas. Y si te sientes mal, debes hacer un esfuerzo por no
trasladarlo; no te lo puedes permitir, porque la gente no lo sabe y, por tanto,
no lo va a separar”.
Menudo baño. Con sentimientos contradictorios de
agradecimiento, escozor e incredulidad (“qué exagerada”, “ni que fuera el
presidente”, pensé yo de primeras…), me puse a pensar en cuán ingenuo había
sido hasta el momento y me di cuenta que, en realidad, tú, yo y todos
comunicamos. Siempre. A pesar nuestro. Sin ser conscientes muchas veces. Aunque
no queramos. Como dice el dicho: “y yo, con estos pelos…”
Pues bien, ayer y hoy hemos estado en una formación con
uno de mis referentes: el gran Juan Carlos Cubeiro. Aprendiendo, entre otras
muchas cosas, el impacto del lenguaje en lo que nos decimos y lo que decimos a
los demás. Aprendiendo la importancia de nuestra postura física y cómo influye,
todo ello, en nuestro entorno.
Y me acordé de Marifé. Siempre Marifé.
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