Hoy me ha pasado algo increíble. Dejadme que os cuente: bajando a pasear
por el pueblo, he decidido entrar a misa. El párroco de mi pueblo estaba ya
acabando su homilía cuando vi levantarse a un elegante anciano quien, a duras
penas, logró entrar en uno de los confesionarios habilitados al efecto en uno
de los laterales. Tan pronto como acabó su sermón, la gente abandonó la
iglesia, quedándome sólo yo en silencio, mientras veía como el cura se dirigía
al confesionario para ofrecer el soporte espiritual a aquel anciano que minutos
antes había entrado en el confesionario. Y lo que pasó fue que el sacerdote,
sin darse cuenta, se dejó el micro puesto y, a pesar que alguien había
desconectado ya el equipo de sonido, sí se dejó un pequeño altavoz encendido
en una de las columnas.
Y así es como yo, en lo que estoy seguro que debe estar tipificado por la
Iglesia Católica como un pecado como una casa de payés, me acerqué al pequeño
altavoz y escuché la confesión de aquel anciano que, más o menos, decía lo
siguiente:
“Perdóneme Padre, porque he pecado. Confieso que en su día vi Crónicas
Marcianas tantas veces como pude. Confieso que me vi alguna temporada completa
de “Gran Hermano” y “Operación Triunfo” y confieso que me divertí muchísimo. Confieso
que me gustó “Torrente” y que me gustó más “Torrente 2”. Porque todos hemos
sido algo Torrentes alguna vez.
Confieso que me leo los programas electorales de los partidos antes de
votar. Y confieso que me encanta el planteamiento y programa de Ciudadanos. Me
encanta la oratoria y la valentía de Albert Rivera, de Inés Arrimadas y del
resto del equipo defendiendo ideas inteligentes y honestas en plazas muy
difíciles como Cataluña. Y porque son el único partido serio limpio de
escándalos.
Confieso que la política no puede estar reñida con la higiene, ni con el
respeto, ni con los estudios, ni con la inteligencia, ni con el sentido común.Confieso
que defiendo la tecnocracia y la meritocracia. Que tratar igual es tratar
diferente. Que odio el café para todos. Que hay que estar al lado del más
desfavorecido, pero nunca del más vago.
Y Confieso, Padre, que me duelen las huelgas de jóvenes estudiantes,
alentadas por quienes nunca acabaron sus estudios.
Perdóneme Padre, porque yo sigo valorando el papel de la monarquía en la transición
y aún ahora en su función diplomática.
Confieso que me siento orgulloso de haber recibido cultura religiosa y, aun
siendo hoy agnóstico, reconozco y admiro la función social y andamiaje
espiritual de la Religión. Reconozco que la iglesia es un lugar de paz en el
que uno todavía puede encontrarse a uno mismo. Confieso que mis nietas van a un
colegio en el que se imparte cultura religiosa (no sólo la católica!) y que en
ocasiones acompañan a sus padres a misa. Y creo que es una experiencia muy
positiva. De valores no vamos muy sobrados y cualquier fuente debería ser aplaudida.
Confieso que Cataluña es una de las comunidades autónomas que integran
España. Y que me siento del pueblo en que nací y crecí; de la provincia en que
vivo; de la comunidad autónoma que la alberga y de ser español y europeo.
Porque confieso que creo que todo es compatible. Porque todo nos
enriquece. Confieso, Padre, que creo que en todo caso la tierra es de aquel que la trabaja y
que nacer en un lugar no te da propiedad sobre el mismo. La tierra no es de
nadie, ni Salou es de Rosita. Confieso en que sueño en la integración de los pueblos en unidades cada
vez mayores (Europa) y no al revés. Confieso que pienso que seguir el camino
contrario es de mentes pequeñas y que te convenzan de hacerlo es de mentes muy malas.
Perdóneme, Padre, porque creo ciegamente en la legalidad y en la justicia, hasta el punto de estar acabando
la carrera de Derecho; a mi edad!. Creo que no puede haber nada por encima del imperio de
la Ley. Que la ley no es un depende. Que sin ella sólo hay caos. Creo que si
una cosa es ilegal, es ilegal. Y no por más ruido se convertirá en legal. Creo
en la política para cambiar las leyes que se adapten a nuevas realidades.
Confieso, Padre, que la gente ha confundido Libertad con Legalidad y Democracia
con Demagogia. Que la Libertad tiene los límites que aseguren la convivencia,
porque uno no es libre de hacer lo que considere, con independencia de si es
legal o no (¿se imagina, Padre?). Confieso que no podemos esgrimir la legalidad
vigente como argumento para saltárnosla. Y perdóneme, Padre, porque la edad ya no
me permite diferenciar entre fachas de Derecha y fachas de Izquierda, pero si
identificar a los que tienen mucha facha.
Perdóneme porque me enseñaron que los Mossos son Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado. Funcionarios del Estado al servicio de éste. Pagados por
todos los españoles, aunque su función esté circunscrita a Cataluña, de
ahí que no sean solamente la policía de los catalanes y sí la policía que opera
en Cataluña. Porque cuando ellos actúan, lo hacen siempre por el bien del que
lo necesita; jamás dependiendo del DNI del necesitado. Y sí, confieso que soy
devoto de los Mossos; de la Guardia Civil; de la Policía Nacional y del
Ejército. Soy devoto de los Agentes Forestales y de los Bomberos. Y mi
admiración es máxima porque los he visto arriesgar su vida varias ocasiones
para que yo conserve la mía. Porque hoy quiero confesar, Padre, que yo no sería capaz de hacerlo.
Perdóneme Padre, porque creo que todos somos racistas a nuestra manera. Que
vamos de liberales hasta que nuestra hija nos presenta a su novio Ahmed. Y que todavía
recelo y le veo peores pintas a un musulmán de las que seguramente tiene,
porque hizo demasiado mella en mí el efecto halo de los recientes atentados.
Confieso que no querré entender jamás cómo se puede asesinar a hombres, mujeres
y niños creyendo que setenta y dos vírgenes te esperan en un cielo. Porque
confieso que la misma frase ya es todo un circo. Porque confieso que hay que
estar muy mal. Y confieso, Padre, que esta es una versión que aborrezco de mí
mismo, pero que no podría escucharme diferente y querer seguir siendo yo. Y siento también que con ello hago pagar justos por pecadores, porque también tengo amigos que son de esos
justos y porque ahora no estoy siendo justo con ellos.
Perdóneme, Padre, porque soy un fan de Rafa Nadal; de la Roja y de la
selección de baloncesto, aunque jamás me moleste por saber de dónde es cada quien.
Confieso que soy del Barça, anti madridista sin un porqué racional y español. Así, a lo loco. Y confieso que es posible. Confieso que, aun queriendo que el Madrid pierda hasta
las pachangas, cuando gana merecidamente un título no he tardado en felicitarle
públicamente. Creo que el respeto y la elegancia tienen rango superior al de una simple afición.
Confieso que estoy convencido que se puede ser un directivo sin ser un hijo de puta. Y confieso que es mucho más rentable a largo plazo. Creo en el Liderazgo Emocional, como aquel que procura el bienestar de quienes nos rodean para contribuir a los mejores resultados. Que si aprietas más, no necesariamente obtienes más. A veces, incluso menos. Confieso, Padre que hay jefes que consiguen sus resultados “a pesar de” la gente, mientras que otros lo hacen “a través de” la gente. Y que, de serlo, yo querría ser de los segundos, porque creo que es más divertido y se llega más lejos.
Perdóneme Padre porque creo que la igualdad de género se traduce hoy en día en discriminación positiva hacia la mujer, en un uso torticero del concepto. Creo que, así traducido, no es más que otra forma de discriminación, sólo que de signo contrario. Confieso que lo de las cuotas son una memez. Confieso que el género es sólo una variable, pero que hay muchas más (religión, tendencia sexual, raza…) Confieso así que creo la única igualdad es la igualdad entre personas. Y reconozco que ha habido una enorme discriminación histórica a favor del hombre y que hay empresas y empresarios deleznables y con olor a naftalina que todavía pueden estar ahí, pero también creo que luchar desde el extremo opuesto no es la mejor solución. Creo que hemos perdido la cabeza con lo de “queridos y queridas” o “médica y médica”. Creo que estamos tontos y tontas. Que entiendo aquello que la “lingüística crea realidad”, pero también creo que quien se basa en ello nunca lo estudió de verdad.
Perdóneme Padre, porque he pecado. Porque soy un obseso del respeto y de la
libertad de pensamiento. Confieso que creo que nadie tenemos la verdad
absoluta. Que sólo tenemos nuestra verdad y que ésta siempre es muy limitada.
Confieso que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. Que
a veces compensamos lo que no somos con lo que tenemos. Que las redes sociales
son una moda, en ocasiones, tierra abonada para ególatras y frustrados. Que las
redes sociales nos han vuelto asociales y yonkies del Like. Confieso que cada
vez necesito estar con menos cosas y con más personas.
Confieso que al nacer mis hijas entendí el sentido de mi vida. Y que
las quiero tanto que hasta me duele físicamente en una sensación que nunca
antes había experimentado.
Confieso que yo me casé para siempre. Porque lo decidí. Porque me apetece.
Porque es lo que quiero. Confieso que mi mujer y yo diseñamos un proyecto de vida
y que sueño cada con seguir envejeciendo a su lado, cogidos de la mano. Porque yo sin
ella no soy yo.
Confieso, Padre, que ya no soy el que era; que ya no me importa quién soy,
porque ahora quien me importa es quien me rodea. Confieso que mi tiempo ya pasó
y que es tiempo de los demás. Y confieso que nunca me sentí tan bien. Ya no
deseo agradar, porque al final aprendí a convivir conmigo. Creo que, como decía
mi querido profesor, “ser un señor es caro, pero que vale la pena ser un señor”.
Confiéseme, padre, por lo que más quiera, porque lo más grave… es que no se
si he pecado.”
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