Hoy he tenido una de esas conversaciones que (te)
recuerdas durante mucho tiempo. Ha sido durante un trayecto en taxi, yendo del hotel
a la oficina, en las afueras de Londres. Quien conducía parecía, en realidad,
una especie de coach vestido de taxista accidental a quien no paraba de escuchar,
embelesado, mientras dejaba mi mirada perdida a través de los cristales, viendo
un paisaje de bosques infinitos.
Nuestra conversación comenzó de manera protocolaria: que
adónde voy; de dónde somos; que si tenemos hijos, etc., pero en cuanto le dije
que trabajaba como responsable de personas en una multinacional, la
conversación se volvió realmente interesante. Me dijo que él también había
trabajado durante años como directivo de una multinacional; que actualmente su
mujer y parte de su familia desempeñaban cargos directivos en multinacionales,
pero que hubo un día en el que él decidió dar un nuevo rumbo a su vida. Él sí
se atrevió.
Se dio cuenta que su día a día se había convertido en una
repetición incesante de conversaciones con la misma gente. Con la misma gente
con quien no compartía valores. Con la misma gente que sólo expresaba
problemas, anhelos, envidias y ansias de promoción a cualquier precio y persona.
Gente cuyo mantra era “dinero, dinero, dinero”, hablando siempre desde el “yo”,
“yo”, “yo” más obsceno. Hasta que se preguntó si la compensación que recibía
era suficiente para retribuir todo el tiempo de vida que estaba invirtiendo y,
sobre todo, desinvirtiendo en aquello que siempre había considerado más
importante. En lo esencial.
Su respuesta fue que no. Y decidió comprarse un taxi para
evitarse todo(s) aquello(s) que le intoxicaba(n). Lo decidió para no tener más
jefe que su responsabilidad. Lo decidió porque “al final, te acabas ajustando a
tus ingresos”. “Trato de procurar
experiencias gratificantes a clientes que normalmente lo agradecen, y que son
diferentes cada vez”. “Pago mis facturas y paso mucho más tiempo con mis hijos”.
Y sigue percutiendo “ahora estoy siempre de buen humor, sonrío y me siento
mucho más feliz y en paz conmigo mismo”. “Hoy yo decido sobre mi vida. Soy
libre”.
Y no dejé de pensar en que yo había sido él en experiencias pasadas y que, de ninguna manera, tuve el valor que él sí había demostrado para liderar su vida. Y por un momento sentí envidia. Y sentí alivio. Y valoré inmediatamente de nuevo la suerte de estar hoy en un trabajo que me chifla, porque me chifla la gente que hay en él.
Y lo dejo aquí, porque seguro que tenéis mucho en qué
pensar.
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