[Puede ser que este artículo no tenga sentido. O puede
que sea el que más sentido tenga.]
Contigo aprendí que el trabajo sólo es trabajo. Que la
política menos que nada y que el resto es sólo un divertimento pasajero. Aprendí
que era mejor tener paz, a tener razón.
Contigo aprendí que lo más valioso no se paga con dinero,
aunque a veces sea lo que más cueste. Aprendí que lo esencial es invisible.
Contigo aprendí que todavía no sé nada. Que está todo por
aprender. Que no existe el blanco o el negro. Ni el “nunca”. Ni el “siempre”. Aprendí
a estar seguro de no estar seguro, te lo aseguro. Contigo aprendí a ser mi
mejor versión. Aprendí que tenía límites donde no quería verlos y a ver que no
tenía límites donde no paraba de verlos. Me enseñaste tanto. Tanto.
Contigo aprendí a que el tiempo es un regalo que erramos
en cambiar por dinero, que no puede comprar más tiempo. Que vivimos siempre en
un tiempo de descuento. Que la vida es un suspiro y que hay que vivir
inspirando hasta que acabemos expirando.
Contigo aprendí que la felicidad se escribe con alguien y
no con algo. Que cuanto más das, más te dan. Que la felicidad verdadera está
en procurar la felicidad ajena. Que esto va de convertirte en un bonito
recuerdo.
Contigo aprendí a darte alas para enseñarte a volar y
raíces para que quieras volver. Aprendí que no hay nada más valioso que ser
buena persona. Ni mejor herencia que una buena educación. Aprendí a enseñarte a
pensar, pero jamás a qué pensar.
Contigo aprendí que es posible amar a alguien más que a
uno mismo. Aprendí la bondad del segundo plano. Aprendí a anteponer el tú al
yo. Aprendí a quererte tanto que me dolía. Aprendí a tener miedo de verdad.
Terror a perderte. Miedo a no poder estar ahí. Un miedo paralizante, mucho
mayor que a no sobrevivir. Aprendí que me aterraba más no poder protegerte que perder
mi propia vida.
Y todo esto, contigo lo aprendí.
(Dedicado a mis hijas Júlia y Aina, de quienes sigo
aprendiendo cada día)
0 comentarios:
Publicar un comentario