Vivir mal una compañía tiene que ser muy fastidiado. Mucho.
Pensar que una compañía te está jodiendo como práctica deportiva me recuerda a aquello, ya famoso, de "el universo está cuatrocientos mil años buscando marrones y, cuando los encuentra, los concentra en el noroeste de Coruña para joder a Pepe" del genial Emilio Duró.
Cada vez que veo a un/a profesional joven, con buena formación y sólida experiencia profesional, renegar de manera habitual e improductiva de la empresa que le sustenta, no puedo dejar de pensar; ¿pero por qué continua aquí? ¿será que no lo quieren en ningún otro lado?. Y es que este tipo de personas son como las meigas: que haberlas, haylas.
Hablo de traficantes del rumor; de los yonkies de la conjetura; de los del soneto fácil; de los que visten su día a día de miseria emocional, mientras juegan entre las ruinas de la queja. Y es que, como dice el sabio, "lo que crees es lo que creas", aunque no lo creas; si bien parece que estos han dejado ya de creer y automáticamente de crecer, mientras se menguan.
Me refiero a los que sufren las compañías a gritos; a los fanáticos del altavoz, sobre los que recae siempre la duda de si tiene más morro o hemorroides; a los que se creen Dios, mientras se ponen el vestido de monaguillo del revés. Me refiero a los guerrilleros de lo tóxico que, inexorablemente, acaban explicándole la injusticia ante el funcionario del SEPE, mientras le piden la prestación, curiosamente por no haberla prestado ellos anteriormente. Y, de nuevo, me viene Duró.
En estos casos, la función de la compañía debe ser precisamente esta, la de acompañarles...a la puerta. Idealmente, a la puerta de la competencia, que allí seguro que están mejor, al menos para tu empresa. Debes ayudarles a ser felices...en otra compañía. Debes hacerles entender, que fuera se está estupendo y que por las tardes llueven nubes de golosinas fabricadas con pasión por líderes que les amarán por encima de todas las cosas. Y que no deben preocuparse, que no les vamos a echar de menos. Les echaremos de más.
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