El qué era inevitable. El cuándo y el cómo,
impredecibles. Era, en definitiva, mi vocación. Era el momento. Sin lamentos. Lo
viví todo y me voy sereno, sabiendo que ayudé a tantos. Sabiendo que este mundo
es hoy, un poquito mejor. He aquí mi único legado.
Este maldito virus se ha llevado
tanto, pero ha dejado otro tanto que debes valorar y disfrutar, aunque sólo sea
en memoria de los que se fueron.
He aprendido que lamentarnos sí,
pero sólo de aquello que no hacemos. De nada más. Aprendí que la vida hay que
vivirla de manera salvajemente respetuosa, con medida desmesura, siendo feliz
en cada momento. Aprendí que no tiene sentido “esperar a “, porque a lo mejor
no llegas.
He aprendido a valorar las
pequeñas grandes cosas: el primer trago de una cerveza helada; el abrazo de un
amigo; la magia de ver salir agua de un grifo; un te quiero que no esperas;
levantarte de la cama sin dolor; un guiño furtivo; una ducha de agua caliente o
simplemente levantar la vista y admirar un cielo estrellado. Ver el hipnótico mecer
de las olas del mar; el crepitar de una chimenea mientras lees un libro que te
encanta; recuperar una foto familiar antigua o recibir un regalo que no
esperas. Y, por encima de todo, te he querido más que a mi vida. Tanto, que me dolía. He sido, sin duda, afortunado por tenerte en mi vida.
Este virus nos ha enseñado que es
posible vivir en un planeta limpio. A que pueden hacerse las cosas de manera diferente. A romper tabúes. A reencontrarnos como Familia. A ocuparnos
menos y preocuparnos más, por los demás. A que en ocasiones hay que cambiar el
reloj por la brújula, para poder encontrar nuestro Norte particular. A que es
mucho mejor la interdependencia que cualquier independencia, porque nadie es
mejor que todos juntos. Y que la Generosidad es el mejor motor para llegar
lejos y encontrar la felicidad verdadera.
Espero que jamás te acuerdes de
olvidarlo. Te quiero hoy y siempre, desde allá donde esté.
Mario
Sanitario. Héroe. Padre
1959 – 2020
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